Gordon era un niño de 8 años que vivía en un pueblo en la costa noreste de Inglaterra.
Cada mañana observaba desde su ventana a las personas que iban a trabajar en la construcción de barcos en el astillero que estaba al final de su calle, un lugar ruidoso, peligroso y altamente tóxico. Le llamaba la atención que aún así la gente estaba orgullosa de su trabajo donde habían logrado construir algunos de los barcos más grandes de la época.
El niño encontraba en la gente y sus oficios su inevitable destino.
Hasta que un sábado de mañana su mamá lo vistió con lo mejor que tenía para honrar la visita de la reina, de quien se decía que tenía poderes mágicos para curar, al grado que algunos le acercaban enfermos para que los sanara.
Gordon ondeaba la bandera del Reino Unido recibiendo al Rolls-Royce de la familia real. El niño emocionado saludaba y gritaba a la reina con todas sus fuerzas como si ésta pudiera escucharlo.
Lo hizo con tanta energía, que ahí, en medio de la algarabía de la multitud, sintió que el tiempo se detenía…
De repente sus ojos estaban en la mirada de la reina.
Sonrisas simultáneas como en un espejo.
Y finalmente un saludo de la reina confirmando la conexión y el momento especial que estaba sucediendo entre el niño y la realeza.
Gordon no cabía de emoción mientras agitaba aún más fuerte su bandera y se despedía de la reina que se alejaba y lo dejaba con los ojos llorosos.
La reina no lo curó de nada.
El niño se sintió infectado.
Infectado con una idea.
Lo infectó la idea de que su destino no pertenecía a esa calle ni a su casa.
La idea de una vida lejana de su pueblo y de la construcción de barcos.
Lo infectó la certeza de que él tenía que estar en ese carro.
Merecía una vida mucho más grande.
Una vida extraordinaria que detonaría la emoción de multitudes.
Gordon decidió materializar su idea a través de la música, tomó una guitarra que alguien había dejado en su casa y comenzó su nueva historia. Una historia que lo ha llevado a conocer reyes, reinas, presidentes y millones de fans en todo el mundo, vendiendo más de 100 millones de copias de sus discos y recibiendo más de 15 Grammies.
Ese niño hoy tiene más de 60 años y sigue infectando a quienes lo escuchan. Así lo hizo en su concierto del sábado pasado en Monterrey, donde Gordon Sumner, mejor conocido como Sting, nos infectó con las ganas de soñar en grande para beneficio de muchos.