“Sehr gut, Mexiko… Kompliment!” (muy bien, México… ¡Felicidades!), me decía el alemán de aproximadamente 60 años mientras me extendía la mano como haciendo las pases y ofreciendo su genuina amistad.
Durante los 90 minutos lo vi frustrado y enojado por el resultado que para nada se parecía a los pronósticos. Él, en cambio, me escuchó (porque claro que me escuchó) celebrar de forma descontrolada y casi siempre incoherente, porque debo confesar que me estaba imaginando las cosas que nos pidió el Chicharito.
Mi ahora amigo alemán fue testigo del despliegue de creatividad folclórica que como mexicanos guardamos para momentos especiales como ese día, aunque no creo que haya entendido una sola palabra.
Durante el partido intercambiamos una o dos miradas de rivales. Ambos desconocíamos la situación que ahora vivíamos y cómo comportarnos porque “el futbol es un juego que siempre ganan los alemanes”, o sea que su costumbre era el triunfo, y la mía, como mexicano futbolero, pues, digamos que tenemos salud…
Pero en ese momento teníamos más que salud, ya no había tensión ni olor a rivalidad. El árbitro había pitado y todos los que no andábamos de blanco empezamos a festejar como nunca, literalmente como nunca: gente de todas partes se nos unía a festejar, a tomarse fotos, a felicitarnos, nos abrazaban y gozaban con nosotros porque el futbol también se trata de eso, esa es la mayor gracia del mundial, esa de conectarnos y alegrarnos con gente que de otra forma nunca hubiéramos conocido.
El amigo alemán lo entendió bien.
Lo entendió y en un acto de legítima humildad, fue a mi lugar para felicitarme, ofreciendo intercambiar nuestras bufandas, como engrandeciendo el reconocimiento y la felicitación.
En su humilde forma de sufrir la derrota me enseñó la elegancia con que debo vivir las victorias.
Un ganador por costumbre, le enseñó a un ganador improvisado, el valor de lo que realmente importa: las personas y siempre las personas.
Me cayó el veinte y le di mi bufanda a cambio de la suya.
Hoy la guardo como recordatorio de esa grande victoria: cuando aquel alemán me enseñó a ganarle a la euforia para no descuidar el valor de la humildad y las personas.