Pasé una semana descubriendo las múltiples Cubas.
Como la Cuba del taxista que conoce o dice conocer cada rincón de La Habana y cómo escapar de ella, pero nunca lo ha hecho.
La Cuba del niño de la calle que cree que el mundo es del tamaño de su país y juega futbol con un bote de plástico.
Las varias Cubas que doña Mirna ha disfrutado y sufrido a lo largo de sus 80 y tantos años: las recuerda y las compara sin falta cada mañana mientras vende periódicos y me pide que la ayude con un peso.
Como esa Cuba que concibió Fidel.
La que le arrebató a Batista.
La que antes de ellos soñó Martí.
La que enorgulleció alguna vez el corazón del Che Guevara. La que tiempo después dejó de ser su patria adoptiva y despidió con desencanto.
La Cuba que desconocen los norteamericanos que es la misma con la cual quieren reconciliarse.
Esa Cuba que sabe a mojitos y que alegre se escucha como el son de cada esquina en decadencia.
La del anciano que baila en la banqueta mientras gratis disfruta la música del bar para turistas.
La Cuba de los lauderos que forjan guitarras con maderas recuperadas de armarios y vigas de hace 1, 2 o 3 siglos; porque les es imposible comprar madera nueva.
La Cuba de su mar y sus incontables destinos con aleatorios desenlaces.
La antigua Cuba que con su vida entregó el primer aborigen a un tal Cristobal Colón.
La que repetidamente bebió Hemingway en cada daiquirí.
La Cuba del campesino que se esconde en alguna provincia y nunca conoció un solo dólar, y está bien.
La de esos rincones donde ni la policía entra por temor a detonar posibles revoluciones.
La de la señora que en el mercado negro vende mercancía que no debería haber llegado a sus manos y por eso se apoya en sus vecinos para no ser nunca atrapada.
La Cuba que predicó Camilo Cienfuegos que hoy dista mucho de ser como la de los Castro.
La Cuba que olvidó su potencial para nunca ser el punto más estratégico del continente.
La inescrutable Cuba que recorrí sin llegar a comprenderla.