Ideas

Por zam gtz. Hace 9 años En Blog, storytelling.

Anoche iba pasando por una plaza aquí en el centro de Monterrey cuando una guitarra bien desafinada hizo que me detuviera con ganas de burlarme. 

Pero la historia no fue como lo esperaba y al final me dejó una buena lección de vida que te voy a contar de volada.

Era un chavillo de unos 17 años con aspecto hippioso, rastas y ropa artesanal de segunda o tercera mano. Entusiasmado, tocaba o intentaba tocar una guitarra traqueteada y tan desafinada que no me dejaba entender la música.

Pero me resultó más interesante la gente a su alrededor que estaba atrapada con una misteriosa forma de encanto. Gente que rítmicamente movía la cabeza, algunos con los ojos cerrados y otros aplaudiendo, una especie de ritual musical urbano.

Ya era peculiar la escena, cuando de repente el chavillo ya entrado en ánimos se animó a cantar a todo pulmón una melodía mucho menos entonada que la guitarra. Un verdadero desastre.

La armonía brillaba por su ausencia, pero eso no le importó a la gente que para mi sorpresa se prendió aún más. Mucho más. Era una retroalimentación intensa: entre más se metían en la canción el chavillo le ponía más corazón, más decibeles, más acordes, más fuerza… ¡era una cosa de locos! 

Terminó la canción y los aplausos, míos y de todos, fueron inevitables. No faltó quien le diera un abrazo y la verdad es que hasta me sorprendí moviendo un pie y tarareando la canción, como queriendo seguir con la inercia del concierto.

La gente se empezó a ir y yo me quedé pensando en la historia que había apenas vivido: había sido como una fiesta improvisada de una familia también improvisada. 

Finalmente lo vi guardar su guitarra para marcharse lleno de sonrisa y satisfacción, se le veía como un artista consumando su obra maestra. 

Esta última escena terminó de golpearme y al fin me cayó el veinte. Entendí que esta historia es más que música y gente en una plaza: fui testigo de una obra ejecutada con toda la energía posible para una audiencia que supo disfrutarla también con toda la energía posible.

Me asaltó el pensamiento de que todo arte es sagrado, porque una pieza ejecutada con el corazón hace eco en las emociones de quien da su máximo esfuerzo en el día a día. Porque ambos saben de las horas y esfuerzo necesarios para emprender un proyecto. Y si andamos en las mismas, con eso nos identificamos, porque lo vivimos a diario en lo que nos toca. 

Por eso desde ahora dejaré de criticar a quien le mete corazón a sus proyectos aunque estos no sean de mi agrado. Desde anoche he decidido animarlos mientras celebro sus ideas y el atrevimiento de realizarlas.

Y si tú estás ejecutando una idea y le estás metiendo corazón, eso también es sagrado, digno de ser admirado y compartido.

¡Así que felicidades! Por lo que sea que estés emprendiendo.

¡Hola!





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